Al convocar a la colecta anual que la Iglesia Católica Argentina renueva cada año, Benedicto XVI clamó por terminar con el escándalo de la pobreza en nuestro país. Sumados a ese clamor debemos decir, además, que la Argentina, tierra bendita en casi todos los recursos para lo privado, está pobre y empobrecida también en la dimensión de lo público. El abismo debajo del cual desaparecen de la dignidad millones de hermanos en la privación más elemental de sus derechos humanos, como el pan, el techo, la salud, la educación y el trabajo, sólo es posible en la miseria – ya no de los excluidos – sino de toda una sociedad en la que queda clara la anestesia moral, la inercia del no te metás, y la mansa complicidad en los pecados de omitir todo aquello que los ciudadanos tenemos obligación de hacer según el pacto que establece la ley -que no puede ser solo reclamar tarde y mal cuando nos vienen a buscar- para privarnos de nuestro propio interés o bienestar.
El bien común es sólo posible de lograr en la gestión de lo público para que exista república y no se confunda democracia con demagogia. Debemos asumir que los argentinos estamos juntos en un territorio al que le sacamos mucho más de lo que le damos en lugar de estar unidos en la utopía de sembrar el buen pan de una justicia social, donde todos y cada uno de los habitantes de esta tierra prometida reciban en dignidad su pan. Por ello, sumados al clamor del Papa, debemos sincerar que no se trata de una tragedia argentina sino de una vergüenza la de permitir que quienes nos representan y asumen las máximas responsabilidades para gobernar la Nación son sobresalientes en aumentar sus beneficios y patrimonios y definitivamente mediocres en administrar lo de todos para que en manos sólo de algunos se evite gestionar el bien común al que se deben por juramento y que traicionan por la codicia desenfrenada de asumir el poder para servirse de él en lugar de servir a los demás. Vergüenza de nuestra mediocridad cívica de dejarla pasar siempre justificando que nada podemos hacer, negando que los hemos elegido como lo menos peor para nuestro mejor interés y abandonando la política -que es noble- para que se degrade en el saldo de lo mediocre bajo el principio pragmático que traiciona todo principio ético que es justificar lo injustificable al proclamar en voz callada y suave la máxima cultural de lo público en la Argentina que es “roban, pero hacen”. Lo que se roban es el pan de los que tienen hambre y el futuro de todos nuestros hijos. Sin lugar a dudas somos una vergüenza. Saberlo y asumirlo es el comienzo de buscar cómo repararlo: participando. De la mediocridad del escepticismo, a la grandeza de la esperanza.
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